La Era del Vacío
Las marcas como testigos y cómplices
Esta no es una simple frase. Es el título de un libro de Gilles Lipovetsky, donde subraya y analiza una serie de ideas que hoy más que nunca cobran relevancia no solo en la creencia filosófica moderna, sino también dentro de las mentes de los marketeros y publicistas. Porque como él lo plantea, nos enfrentamos quizá al principio del fin del pensamiento como una libre y casi autodidacta forma de generar en nuestra mente aquello que puritanamente se llama “imaginación”.
La era del vacío supone una involución del pensamiento y la creatividad humana que tuvo su mayor apogeo en el renacimiento. La digitalización de la vida ha ocasionado el cambio de la matriz que genera el contenido que le permite a la mente concebir las ideas. Esas ideas que hoy se confunden con soluciones bajo el parámetro de los valores dominantes. Pero estamos frente a la era del lujo, la sofisticación del placer, de la altanería de las marcas y el influjo perverso de las grandes industrias, que nos causa adicción, dicha y un sin sentido aspiracional que deslumbraría a cualquier intelectual renacentista. Pero la cara más profunda e incómoda, es que estamos frente al inicio del final de aquella estructura dentro del pensamiento que es la raíz de todo aquello que libera nuestra mente, es decir, de nuestro mundo interior.
La cultura de lo inmediato nos hace hoy más animales de costumbres. Estamos inmersos en la monotonía, en la estúpida presión del llegar a ningún lado. Lo que es peor, la vida y sus sinsabores, frustraciones y demás colapsos se olvidan, desaparecen al llegar al éxito, se tapa el horror al vacío con más vacío. No es exagerado entonces decir que la televisión basura, el efímero mundo de las redes, el hundimiento de la cultura a través del arte y la casi inexistente voz de pensadores trascedentes ha contribuido en gran parte al cambio de hábitos de manera tan contundente e irreversible que nos enfrentamos al precipicio del origen mismo de la civilización.
“La esencia del ser está en su espíritu , en su forma interior” dice Sartre en El Ser y la Nada. Nuestra vida se ha convertido en la vida de Sísifo, cargando una pesada piedra que luego de llegar a la cumbre debemos cargar de nuevo una y otra vez porque resbala sin explicación. El espíritu colapsa, se extingue y puede desparecer si no cambiamos el mundo de la civilización del espectáculo. Un título ya conocido y explicado por personalidades tan actuales como Mario Vargas Llosa o Byung-Chul-Han acusan sin empacho a los creativos publicitarios, desde orillas distintas. Por ejemplo, de ser lo nuevos escritores de best sellers hipnotizantes y embrutecedores, anteponiendo a la marca por sobre todo y dejando al arte como simple referente a la hora de concebir la pieza; trastocando toda la estructura sensorial del sujeto, que donde debería ver una pieza, una expresión, ve solo una mofa de sí mismo con la idea objeta de persuadirlo al consumo. Además, los acusan de haber convertido en hábitos los placeres culposos y alienantes de las marcas.
Entonces, seguiremos cultivando el valor de lo efímero, lo fugaz, del culto al cuerpo, el culto a la soledad solapada, al fracaso de la familia como grupo referencial, al hundimiento de los valores esenciales. Entonces saltan al ojo las preguntas: ¿qué hacer hoy para marcar la diferencia? ¿Seguir el Status Quo o redireccionarlo? ¿Crear una tendencia o iniciar una revolución? Las marcas que entiendan primero el valor de su responsabilidad social más allá de lo bien que suena la palabra a la hora de dar una charla, no solo marcarán al consumidor, sino los valores que hasta este momento se conocían como dominantes dentro y fuera de mercado.