Deberíamos tener mucho más miedo
La incertidumbre de nuestros tiempos nos ha dejado sintiéndonos confundidos e inseguros. Los cambios sociales, políticos y económicos son impredecibles y el están paralizando a individuos y organizaciones. El miedo puede ser abrumador: nos detiene y nos carga emocionalmente. Es su naturaleza. Pero si aprendemos a manejarlo, podemos sacarle provecho creativamente.
Como toda emoción humana, el miedo sirve a un propósito. Los circuitos neuronales asociados con esta emoción nos proporcionan la respuesta «lucha/huye/paralízate». Sin importar cuál sea nuestra reacción, esta determinará lo que suceda a continuación. Y es allí donde podemos interrumpir de manera creativa.
En nuestra industria, el fracaso es inevitable. David Ogilvy escribió una vez: “el redactor vive con miedo. ¿Tendrá una gran idea antes de la mañana del martes? ¿El cliente la comprará? ¿Venderá el producto?»
Sin duda, es un dilema con el que los creativos están muy familiarizados. Pero si elimináramos la noción paralizante de que una idea fallida nos hace incapaces de intentar algo nuevamente, o si pensáramos en los errores y el fracaso como consecuencia de intentar algo nuevo, entonces el miedo podría ser dominado para encender la creatividad.
El miedo sirve a una de las lecciones más invaluables de todos los tiempos – nos hace parar y dudar. Nos hace querer sobrevivir y prosperar. Entonces, lo que necesitamos es un nuevo enfoque: comprometernos con nuestra creatividad y pensar cómo salir de un problema.
El libro “Arte y Miedo” de David Bayles y Ted Orland capta este pensamiento de una manera hermosa:
«Un maestro de cerámica anunció que dividiría a la clase en dos grupos: todos los del lado izquierdo del estudio, según él, serían juzgados únicamente por la cantidad de trabajo que produjeron y todos los de la derecha, únicamente por su calidad.
Su procedimiento era sencillo: el último día de clases traería las balanzas de su baño y pesaría el trabajo del grupo de «cantidad». Cincuenta libras de ollas calificarían como «A», cuarenta libras como «B», etc. Aquellos calificados por «calidad», sin embargo, solo necesitaban crear una olla – perfecta – para conseguir una «A».
Bueno, cuando llego la hora de calificar sucedió algo curioso: las ollas de más alta calidad fueron producidas por el grupo de “cantidad”. Parece que mientras ellos estaban ocupados produciendo montones de trabajo y aprendiendo de sus errores lograron despreocuparse de la perfección. Mientras tanto, el grupo que se enfrascó en hacer las cosas bien y no fallar, solo obtuvo un montón de teorías grandiosas y no suficientes resultados para demostrar su esfuerzo.
Necesitamos creatividad no sólo como una indulgencia, sino para llevarnos a la curiosidad intelectual: para desafiar el miedo, determinar nuevos caminos y nutrir nuevas motivaciones. En una era de incertidumbre, donde el ritmo del cambio es difícil de mantener, debemos recordar que, cuando se trata de crecer e innovar, la creatividad es menos un lujo y más una necesidad.